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jueves, 7 de febrero de 2019

Cuento de la Paz de Gabriela: "Todo el mundo merece un Welle"

Todo el mundo merece un Welle

Capítulo 1.                                                   
Eirinikó.


Ahí. Estaba ahí. Era increíble. Cómo algo tan significativo, tan grande, se había convertido  a esto,
he fallado. Pero, voy a retroceder, porque sino, no creo que lo entiendas.
Era veintiocho de enero, y lo estaban preparando todo para el Día de la Paz,
que se celebraba en todo el mundo. En mi pueblo este día era más importante de todos,
un pueblo que el ‘exterior’ no conoce, y estamos más cerca de lo que pensáis.
Por ejemplo, todos los productos (que son muchísimos) que ponen ‘China’;  los más raros,
e impresionantes, son nuestros. Y es que, mi pueblo, es Eirinikó.
Y lo más importante de nuestro pueblo que sale hacia fuera, es el Welle. Se envía uno a cada país,
y así se expande por todo el mundo, creyendo que es normal.
Verás, un Welle es un árbol, que se cree que es corriente, aunque no sea así. Esta es su leyenda:




De una de las lluvias de meteoritos más importantes que ha habido hace un tiempo,
uno de ellos ‘eclosionó’. De él salió una única flor, pequeña ( imágen izquierda);
muy rara, no parecida a ninguna otra. La plantaron, para ver lo que ocurría.
Sólo salió un arbolito,  pequeño. Una única persona,- una anciana-,  
que se encontraba junto a este ser, se acercó a él, y le susurró algo positivo,
una palabra de Paz. El árbol creció. Y el resto de personas que creían que no servía de nada,
se acercaron, impresionados.
Cada año, reparten un árbol de este tipo a cada país, para que se propague,
aunque cambian su aspecto para que no sospechen nada.




Capítulo 2.  
Esta soy yo.


No sé si te habrá entrado la duda de quién soy yo, pero te lo voy a contar igualmente.
Yo soy Wieder, habitante de el pueblo ya hablado.
Tengo once años, y estoy infiltrada en un país llamado ‘España’.
Concretamente: Málaga. Más concretamente: Torremolinos.
Bastante más concretamente: colegio C.E.I.P Benyamina.
Mi tapadera es que acabo de llegar a tal colegio debido a que me acabo de mudar con mis padres,
ingenieros, con una nueva oferta de trabajo aquí.
Mi misión es la siguiente: aquí hay un Welle, que va a ser plantado el treinta.
Y tengo que sacarlo de aquí porque está defectuoso,
o más bien, sensible. Se dice que los Welles pueden sentir;
debido a la ternura que tuvo esa anciana al decirle por primera vez algo pacífico tras tanto tiempo
haber escuchado de todo bajo esa coraza dura.
En cuanto le digan algo negativo, soltará un veneno en forma de gas
que hará que nada vuelva ser igual.
He intentado evitarlo, pero durante todo el tiempo hasta el veintiocho,
he estado haciendo amigos, lo que no debería hacer dado a que me iré.
Y ya es 29. He intentado por todos los modos hacerme con el árbol, pero no he podido.
A las once, es hora del desayuno, así que aproveché para irme a la Sala de Profesores,
donde está el árbol. Cuando llego, hay demasiados profesores como para poder coger el árbol,
que está parece estar oculto entre las mesas. Intento hacerlo sin que se me vea, y, lo consigo,
Pero mi sorpresa es otra.


Capítulo 3.
Esto es un lío…
HAY DOS ÁRBOLES. ¡¿Cómo, los han dividido, clonado, cómo?!
De cualquier forma, ¿¡ambos son inestables?!. A estos les habían quitado las flores de Paz,
y sustituido por naranjas. Los del colegio creen que si plantan esos árboles,
tendrán paz todo el tiempo que éste perdure. Intenté cogerlos a ambos, pero mi profesora me vio.
NO PUDE. NO PUEDO FALLAR. O… Mejor ni comentarlo. Tuve que volver a clase.
Y lo mismo en el recreo, la hora de la salida, y por la tarde. Y a la mañana siguiente.
Pero la mañana siguiente era ya treinta. Pero vi mi oportunidad.
Después del recreo, todo el colegio se reúne en el patio, y empiezan a contar la historia,
tocar la flauta y todo eso, se llevan ahí un tiempo. Así que mientras hacen eso,
rápidamente puedo ir hacia la Sala de Profesores, cogerlos, irme al hotel donde estoy,
avisar a mi pueblo  y volver para examinar a los árboles.


Capítulo 4.
Comienza el plan.
Mientras las clases se dirigían al patio, me escabullí y llegué a la saleta donde se encontraban
los objetos que buscaba. Me escondí, dado que las personas que se encontraran en dicho lugar
bajaban al igual que el resto. Cuando se despejó el lugar, pude entrar, pero adivina:
¡los árboles no estaban, los habían bajado ya! Bajé las escaleras brevemente,
procurando que nadie me viera. Los Welles se encontraban en el primer porche,
detrás de un hombre hablando por micrófono.
Intenté cogerlo sin que se me viera, pero no lo conseguí. Me vió todo el colegio.
Pasé vergüenza. Mucha.
--Hola, ¿qué haces? Deberías estar abajo, con tus compañeros -- dijo el hombre del micrófono.
Yo no contesté. Corrí hacia los árboles, los cogí, de un modo de amenaza.
Estuve en esa posición unos minutos, pero miré al resto del colegio.
Vi sus caras, sin dar crédito. Tristes, por quitarles lo que creían que les daba paz.
Vi, que si eran capaces de mostrar ese sentimiento por eso, podrían cuidarlos sin hacerles daño.
Los solté, comediendo.  Y comprendí, que todo el mundo merece un Welle.



 Cuento la Paz Gabriela J.G.   6ºA   Basado en hechos reales   

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